"Sí no estoy aquí
es porque me fui a la mierda
lleno de rencor…"
es porque me fui a la mierda
lleno de rencor…"
El mío era un dormitorio de hecho improvisado, para aquella eventualidad de que algún pariente de cerca o de lejos, fuese a la casa de los abuelos a estudiar, a vivir o a algo tan cotidiano como a visitar.
El diseño de la casa siempre me pareció interesante, se puede contabilizar siete niveles muy bien definidos dentro de una casa que aparenta ser de tan solo tres pisos, la explicación en verdad resiste cualquier tipo de lógica y como otras explicaciones ésta es mejor simplemente aceptarla y continuar.
Mi dormitorio tenía una pequeña terracita desde la que por las noches se podía ver parte del aeropuerto, las incontables ciudadelas que se suman en las faldas del Pichincha, el bosque protector de Quito y al final unas destellantes y pequeñas luces rojas que indican el lugar de las antenas de TV, y la cercanía de ese lugar al que podríamos llamar horizonte.
Mi vida al igual que hoy, transcurría paralelamente a ese mundo que creo todos llevamos dentro y que se materializa en forma de pequeñas metas que a veces se cumplen y otras veces no, por lo general la alegría tendía a ser una constante que ayudaba de cierta manera a ocupar el lugar si no es en el corazón al menos en el pensamiento de las personas que en mi perspectiva rotaban alrededor mío. Mis tristezas en cambio se enfocaban en la extraña certeza de que los impecables problemas familiares no dejarían nunca de estar, o peor aún dejarían de estar, y punto.
Recuerdo que en ciertas noches, tomaba un cojín de la cama, una cajita de cigarrillos, unos fósforos de palito, algo parecido a un poncho, y salía a sentarme en la terraza del dormitorio, el "Benjamin" el perro de la casa no tardaba en venir a hacerme compañía, y recostado junto a mi, contemplaba como esperando a ver quien se anima y dice la primera palabra, algunos años después mientras estaba acá en Chile, el buen Benja murió en esa terracita, al parecer no hubo nadie que lo lleve a tiempo al veterinario y yo como es típico simplemente estaba lejos.
Sentado allí, intentaba tararear alguna canción de mi siempre amplio repertorio, repasaba ciertos aspectos de la actualidad de mi vida de aquellos días, e imaginaba cómo podría ser mi vida mientras con ingenuidad trazaba líneas de destino rectas y paralelas a lo que hoy puedo decir, no fue.
En noches como esta recuerdo noches como esas, crisis de los treinta le llaman, lo bueno de las crisis creo, es que son como incendios a los que o los apagas o te consumen, la única diferencia sería el conformismo, por suerte las líneas de mi destino juegan de manera que cuando logro conformarme es señal clara que otra terraza lejana me espera para escucharme tararear una canción y morder aspectos de la actualidad de mi vivir.
El diseño de la casa siempre me pareció interesante, se puede contabilizar siete niveles muy bien definidos dentro de una casa que aparenta ser de tan solo tres pisos, la explicación en verdad resiste cualquier tipo de lógica y como otras explicaciones ésta es mejor simplemente aceptarla y continuar.
Mi dormitorio tenía una pequeña terracita desde la que por las noches se podía ver parte del aeropuerto, las incontables ciudadelas que se suman en las faldas del Pichincha, el bosque protector de Quito y al final unas destellantes y pequeñas luces rojas que indican el lugar de las antenas de TV, y la cercanía de ese lugar al que podríamos llamar horizonte.
Mi vida al igual que hoy, transcurría paralelamente a ese mundo que creo todos llevamos dentro y que se materializa en forma de pequeñas metas que a veces se cumplen y otras veces no, por lo general la alegría tendía a ser una constante que ayudaba de cierta manera a ocupar el lugar si no es en el corazón al menos en el pensamiento de las personas que en mi perspectiva rotaban alrededor mío. Mis tristezas en cambio se enfocaban en la extraña certeza de que los impecables problemas familiares no dejarían nunca de estar, o peor aún dejarían de estar, y punto.
Recuerdo que en ciertas noches, tomaba un cojín de la cama, una cajita de cigarrillos, unos fósforos de palito, algo parecido a un poncho, y salía a sentarme en la terraza del dormitorio, el "Benjamin" el perro de la casa no tardaba en venir a hacerme compañía, y recostado junto a mi, contemplaba como esperando a ver quien se anima y dice la primera palabra, algunos años después mientras estaba acá en Chile, el buen Benja murió en esa terracita, al parecer no hubo nadie que lo lleve a tiempo al veterinario y yo como es típico simplemente estaba lejos.
Sentado allí, intentaba tararear alguna canción de mi siempre amplio repertorio, repasaba ciertos aspectos de la actualidad de mi vida de aquellos días, e imaginaba cómo podría ser mi vida mientras con ingenuidad trazaba líneas de destino rectas y paralelas a lo que hoy puedo decir, no fue.
En noches como esta recuerdo noches como esas, crisis de los treinta le llaman, lo bueno de las crisis creo, es que son como incendios a los que o los apagas o te consumen, la única diferencia sería el conformismo, por suerte las líneas de mi destino juegan de manera que cuando logro conformarme es señal clara que otra terraza lejana me espera para escucharme tararear una canción y morder aspectos de la actualidad de mi vivir.
"y en vez de amargarme
prefiero navegar
y ojala que los tiempos
me enseñen otra vez como amar"
prefiero navegar
y ojala que los tiempos
me enseñen otra vez como amar"
Sí no estoy aquí (Hector Napolitano)
byrongio
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