
¡Y es que la vida es así!, dicen muchos, pero como yo no soy amiga del conformismo no me gusta para nada aquella frase y menos cuando de niños se trata.
Eran las diez de la noche y como siempre, mientras más ganas de llegar a casa uno tiene, más semáforos en rojo se encuentran y con ellos, el espectáculo, que más que agradable es bien triste.
Habían dos niños en aquella esquina, ninguno superaba los once años, y allí estaban, tratando de juntar las últimas monedas del día con sus malabares.
¡Que triste!, ¡que injusto!, se supone que un niño a esa hora tendría que estar en su hogar, abrigado porque hace frío, sentado a la mesa con un buen plato de comida y con sus padres al lado, preguntando por como estuvo su día y ayudándolo con los preparativos para al otro día ir a la escuela, pero no, ahí se reflejaba todo lo contrario a lo que se supone debería ser y en ellos solo se veía una infancia olvidada, una falta terrible de amor, un futuro a medias, la esperanza perdida, mucho miedo, y esa mirada de tristeza y decepción al encontrarse a cada paso con la total indiferencia de las personas, que sin importarles nada de nada aceleran dejándolos atrás, sin comprender siquiera, que más que unas monedas, lo que también buscan y necesitan esos pequeños es que alguien les demuestre ¡que si existen!, ¡que si importan!, aunque sea con una sonrisa.
Yo no creo que esta vida sea así, sino que la hacemos así y ojalá que si en algún momento llegan los cambios, cosa que espero con ansias, uno de los primeros sea que los niños de la calle dejen de ser la última prioridad, no tan solo para el gobierno sino también para la sociedad, ya que los niños son y serán siempre el futuro de este mundo.
Es honra de los hombres proteger lo que crece,
cuidar que no haya infancia dispersa por las calles,
evitar que naufrague su corazón de barco,
su increíble aventura de pan y chocolate,
transitar sus países de bandidos y tesoros
poniéndole una estrella en el sitio del hombre,
de otro modo es inútil ensayar en la tierra
la alegría y el canto,
de otro modo es absurdo porque de nada vale
si hay un niño en la calle...
cuidar que no haya infancia dispersa por las calles,
evitar que naufrague su corazón de barco,
su increíble aventura de pan y chocolate,
transitar sus países de bandidos y tesoros
poniéndole una estrella en el sitio del hombre,
de otro modo es inútil ensayar en la tierra
la alegría y el canto,
de otro modo es absurdo porque de nada vale
si hay un niño en la calle...
(Fragmento "Hay un niño en la calle" A. Tejada Gomez)